Francisco dePadua Morales

CREACIÓN, la tercera

Una noche, pero ya de madrugada, Dios, en vez de levantarse a la hora de costumbre, había permanecido en la cama con la cabeza sobre las manos y la almohada y una mirada pensativa, fija en el infinito de los cielos. Realmente no había podido conciliar el sueño la mayor parte de la noche, meditando sobre una situación que Él mismo no estaba seguro de si era razonable o no. Consistía Su preocupación en la casi certeza de que Su padre, uno de los primeros dioses que existieron, le había concedido los mejores vacíos del infinito a Sus otros tres hermanos para que ellos hicieran sus propios universos. Realmente, no estoy seguro de que esta información acerca de Dios tener tres hermanos sea correcta. Es posible que fuera solo uno, o un número infinito de ellos. Lo que nos concierne aquí es que Dios estaba muy preocupado, y que había perdido gran parte de su precioso y necesario sueño debido a esta tribulación. Se debe aclarar aquí que Dios sufría de cansancio y sueño, como fue demostrado durante la primera Creación, cuando descansó en la noche del séptimo día. Pero como Dios no gozaba de omnipotencia para desperdiciarla en inquietudes de dudosa certitud, decidió olvidarse de estas inmundicias de la imaginación y dedicarse a continuar planeando y ejecutando Su trabajo en el universo que le había tocado.

El Creador trajo a Su memoria todo lo que su padre le había enseñado acerca de cómo hacer mundos, sobre todo aquello de nunca hacerlos todos al mismo tiempo, pues con la experiencia de los primeros le sería posible hacerles con más seguridad y perfección los ajustes necesarios a los subsiguientes, cuestión de que quedaran mejor terminados que los anteriores, no solo en lo referente al cuerpo físico del planeta, sino a la actuación de los seres vivientes con los que planeara poblarlo. Recordó también que Su padre, tal como le había enseñado el de él, es decir Su abuelo, y así retroactivamente hasta el principio de los dioses, cada uno de Sus ascendientes le había aconsejado al dios siguiente que tuviera extremo cuidado antes de crear seres bípedos, de aquellos que se llamarían ellos mismos ‘humanos’, y aún más cuidado con dotarlos de inteligencia. Y así, una infinidad de consejos muy útiles y necesarios a nivel deífico. Además, ya Dios había comenzado a trabajar en este universo, y no podía volverse atrás, por mucho que pensara en obtener otro. En este momento pensó y, hasta llegó a murmurar por lo bajo, en lo que en un futuro lejano de uno de los mundos que estaba creando expresaría un general romano: “La suerte está echada”.

Otra preocupación que no contribuía a una paz mental completa, era su falta de satisfacción con las dos creaciones que había completado en el presente mundo. Los bípedos que lo habitaban, y que se autocalificaban de humanos se pasaban gran parte de su tiempo engañando, robando, odiando, discriminando y matándose unos con otros. Estos problemas eran los que los humanos que formaban religiones para adorarlo a Él les llamaban pecados. Debido a la insoportable acumulación de estos pecados fue que Él, y reconociendo que los mismos seres que lo adoraban también cometían pecados, decidió mandar un diluvio que eliminó todo ser viviente, incluyendo todas las especies de animales de la tierra, las aguas y los aires, que nunca habían cometido pecados.  Esto último lo había hundido en un estado de frustración por un tiempo deífico muy largo, recobrándose finalmente, y poniendo todas Sus esperanzas en Noé y su familia, y en el Homo sapiens, en lo que más tarde se designaría África, lugar de su segunda Creación humana.

Después de cientos y más cientos de años de la era postdiluviana, Dios observó que la conducta y relaciones humanas fueron cambiando gradualmente, haciéndose peor que antes del Diluvio de una manera geométrica, pues siendo omnisciente, la geometría para él era una babita, como dirían los futuros humanos que estaban en su programa creativo del futuro.  Esta vez Dios pensó si debía borrar la presente generación humana de una manera imperceptible para ellos, como por ejemplo, que todos los humanos se acostaran a dormir tal y como cada uno era en cada continente y cada nación del mundo, y al otro día despertaran siendo todos miembros de un único grupo cultural, y hablando el mismo idioma, y con un comportamiento moral y social de cooperación y ayuda mutuo. Después de un rato, que para él sería la más infinita fracción retrógrada de un segundo, se dijo “No, sería más apropiado echar el tiempo hacia atrás, hasta el momento de las primeras creaciones, y como el mundo es esférico, y aquellas creaciones se llevaron a cabo no muy lejos una de la otra, habiendo sido la primera en Mesopotamia y la segunda en África, como ya ha sido reportado por un autor moderno de Génesis, debo hacer otra Creación lejos de las dos primeras para darle así más facilidad de diseminación a todas las especies, y además para ser más justo y equitativo con el planeta o mundo, como le llamarán mis criaturas.”

Después de pensar un buen tiempo sobre este sujeto, que para él sería un segundo, y para nosotros años y más años, Dios formó una bolita de una nebulosa que le quedaba allí cerca al alcance de las manos, y la tiró al aire para que, sin intervención de Su voluntad, cayera en algún lugar terrestre de ese mundo donde ya había creado seres vivientes en dos ocasiones, incluyendo los humanos, pero lejos de estos. La bola de nebulosa se mantuvo en movimiento y ondulando al azar por un tiempo que no debió ser tan largo como nosotros ahora pensaríamos. Dios trató de ni siquiera mirarla hasta que cayera en un lugar cualquiera. La bolita fue acercándose cada vez más y más a la superficie terrestre, hasta que por fin vino a caer en una isla del océano que más tarde se llamaría Atlántico.  Allí quedó acorada en la vertiente norte de la montaña más alta de la cordillera que atravesaba la dicha isla prácticamente de noroeste a sudeste. Y allí, en el mismo lugar donde se asentó lo que podríamos llamar el Huevo Nebuloso, fue Dios a colocarse para Su más importante trabajo de Creación hasta este momento, si bien, no debemos de dejar de reconocer que todas Sus creaciones eran importantes. Pero me sentí tentado y, hasta medio obligado a catalogar esta de ‘más importante’, simplemente porque Dios no estaba acostumbrado a trabajar en el trópico, aunque esta región fuera también creación Suya. Cada lector que ponga su cascarita, de acuerdo con su creativo entendimiento.

Dios solo hacía uso de dos modalidades de Creación, que en lo que se refiere a seres vivientes era, en la gran mayoría de las veces un par; hembra y varón, o macho como ahora se prefiere llamar al varón de los animales: La Divina palabra, que consistía  en proferir el nombre del par de la clase de ser que deseaba crear, mientras al mismo tiempo señalaba con el dedo índice el punto preciso donde Él estimaba que era el lugar más apropiado, cómodo y agradable para su clase. Una de las grandes ventajas de este tipo de Creación radicaba en que no requería trabajo manual de parte del Creador.  De aquellos seres de ínfimo tamaño que se reproducían por división de sus cuerpos, y otros por partenogénesis, solo creaba un individuo.

La otra modalidad de Creación se basaba en el uso de barro para modelar el par de figuras o estatuitas, soplarles el espíritu de vida y otras cualidades correspondientes a su clase y, colocarlas en el ambiente que Él consideraba más conveniente para el curso de su vida y función reproductiva. En el caso de las aves e insectos voladores, simplemente los lanzaba al aire después de modelar su figura y exclamaba “vuelen y reprodúzcanse”, y con esto ¡ya!, salían volando, sin saber en este primer instante por qué ni para qué, si bien, la sensación de verse elevados sobre la tierra era de gran gusto para ellos. La figurita de los peces y mamíferos marinos las tiraba al mar y se convertían instantáneamente en seres de carne y hueso, antes que el barro se disolviera en el agua salada.

En llegando a este punto debo hacer un aclarando, que considero de suma importancia, por no ser este sujeto bien conocido por todos: en lo que se refiere a la creación de los insectos pequeños, terrestres y voladores, Dios no hacía uso de barro, sino de terrones de tierra seca, los que desmoronaba con gran facilidad, ¡y no era Dios!, y los tiraba al aire, siempre pronunciando las palabras creativas. Los terrestres los espolvoreaba sobre la tierra, y de allí, muchos hacían sus propias cuevas para protegerse, sin saber de qué, aunque debo aclarar una vez más, que Dios, al hacer todos los animales les instiló el instinto, para que, se pudiera decir automáticamente, cubrieran todas sus necesidades y defensas, mientras que al par de humanos, además de instinto le confirió también inteligencia, algo de lo que Él mismo casi llegó a arrepentirse más de una vez, pero finalmente viéndose obligado a castigar todas las especies de seres vivientes debido a las consecuencias del frecuente uso de esta cualidad por el hombre.

De todos modos, Dios procedió al uso de la Divina Palabra, a la que ya se había acostumbrado, debido a su nitidez, además de aquella sensación agradable que provee el poder de la magia. El Creador miró hacia el extenso valle al norte de la montaña donde se encontraba en este momento, y le fue imposible evitar una sonrisa de placer y orgullo, contemplando la belleza del valle, que demostraba una diversidad de colores, siendo el más dominante el rojo encendido de las amapolas florecidas, que eran de una abundancia extraordinaria. Ahora pienso que esta Tercera Creación se llevó a efecto durante el mes que en un futuro lejano se le llamaría ‘marzo’. Antes de seguir adelante me veo en la necesidad de hacer un desenredo para clarificar que Dios normalmente no sufría de soberbia ni de vanidad. Solo en extremadas circunstancias, tales como las que presentaba esta Creación salían a flote.

Desde el punto donde Dios se encontraba pudo divisar una pequeña pradera a ambos lados de la tranquila y cristalina corriente de un río, cuyo curso serpenteaba entre los bosques hasta llegar al mar. Dios extendió uno de Sus brazos, que no sabemos cual, debido a que siendo Dios no se le puede catalogar de diestro, y menos de siniestro. Digo que extendió el susodicho brazo y el dedo índice del mismo hacia un pequeño espacio en la ribera del río, espesamente salpicado de flores de varios colores, exclamando: “Preséntense dos humanos, varón y hembra sean”. Tranquilamente, sin ruido ni repentina iluminación, ni polvareda, se presentaron un hombre y una mujer. Ambos muy bien formados, si bien, debido a su inesperada y súbita aparición, invadidos por un desvanecimiento, causa de una momentánea pérdida de equilibrio. Gracias a Dios, que en este momento era testigo causal y presencial, este ligero incidente fue de poca duración. El Creador se tocó los labios con el dedo índice y señaló a cada uno con el mismo dedo para instilarle el don del habla. Sin perder tiempo, la mujer se dirigió al hombre mientras se tocaba el pecho con el dedo índice, diciendo “Yo”, y en seguida tocando al hombre dijo “Tu”; y de ahí en adelante hablaban más qui’una cotorra, sobre todo la mujer.  El único inconveniente que se le presentó a Dios, el que por haber ocurrido donde se encontraba Él yo lo calificaría de ‘un lío fuerte’, fue que el hombre, imprevisto por Dios, se mostró con un machete de hoja ancha en una mano y un colín en la otra. Para aclarar esta situación debemos mencionar que esta creación se llevaba a efecto en el campo; los pueblos se formarían milenios más tarde. Dios, sin inmutarse por esta extraña e inesperada singularidad, los saludó, diciéndoles “Oigan, y miren hacia donde escuchan mi voz. Yo soy Dios, un ser poderoso que acaba de hacerlos a ustedes. Es decir, ustedes eran nada antes de yo hacerlos. Ante todo, te ordeno a ti, con el colín y el machete que tienes en tus manos, que los tire lejos de ti. Tu no necesitas esos implementos por ahora. Ellos son más un estorbo y una distracción qui’otra cosa.” El hombre, que ya entendía las palabras de Dios, aunque no lo podía ver, algo que le molestaba bastante, se dirigió a la nube de la que parecía venir la voz estentórea, diciendo: “¡Ah, po yo no sabía na d’eto que no ta pasando. Poi qué tengu’eta cosa j’en la mano!”. En diciendo esto y, obedeciendo a la voz que para él era poderosa e importante, tiró el machete y el colín entre unos arbustos que rodeaban el tronco de una mata de javilla que no quedaba lejos de donde ellos se encontraban, mientras pensaba ‘Aquí lo vu’encontrai cuando yo quiera’. Dios, sorprendido por lo que había visto y prácticamente oído de este hombre acabado de hacer, le advirtió “Mira hombre, no te haga el sabio. Yo se leer los pensamientos, y ya leí el tuyo. Tate tranquilo y obedéceme”. El hombre, sintiendo temor por el tono autoritario de la voz misteriosa, que le hacía ver que su acción representaba algo mal hecho, recogió el machete y el colín y los lanzó lo más lejos que pudo, yendo a caer en un charco bien hondo del río.

“¡Pero ven’acá!”, dijo el hombre, ahora mirando intentamente hacia la nube y, en un tono de voz más alto, indicando incomodidad, o aún ligera molestia, por haberse visto obligado deshacerse de los machetes, “De veidá, ¿quién ere tu, y qué j’eso de Dio?” Pasado un rato, y cuando ya Dios se había recobrado del efecto de la reacción verbal del hombre, procedió a explicarles lo que eran ellos, y por qué y para qué los había creado. Para esto, empezó a hablarles de esta manera, siempre detrás de la nube blanca y coposa: “Yo soy Dios, un individo que posee mucho y muy grande podere, entre ello el de hacer seres como ustedes, que tienen consciencia de estar vivos y de sus alrededores; y que así como lo hice también puedo debaratarlo cuando se ponen de desobediente. Y te voy a advertir algo antes que tu me hables otra vez, y e que no me tutee.” Mientras la mujer se movía de un lado a otro, bastante inquieta, sin dejar de mirar hacia la nube de donde salía esa voz todavía misteriosa para ellos, y que ya había notado que tenía un tono parecido a la de su compañero, es decir de hombre, el hombre interrumpió a Dios: “¡Peidóneme don Dio, si fue que le dije aigo malo! Pero dígame, ¿Y qué semo nosotro? ¿Qui’hagamo aquí?”.

Dios, para que lo entendieran bien continuó hablándoles de una manera similar a la que se expresaba este primer hombre, y que era como hablarían sus descendientes. “Taten quieto por’un rato y óiganme”, les amonestó Dios, “Tu, el má grande de lo do, que salite con el machete y el colín ese, ere el que yo he dado en llamar ‘hombre’. Y tu, más clarita qu’esi’otro que ya empezó a desobedecer, y que ere de cuerpo má ondulado, y la do pelotica en el pecho, ere la mujer. Le ordeno que se traten bien y que se ayuden como puedan, porque yo no puedo hacer todo por utede. Ademá, no peleen. Ahora lo dejo ahí pa’que hablen y se entiendan, porque yo ahora me voy a dedicar a hacer lo j’animale pa’que lo acompañen. A to eto solo le voy a decir que lo j’animale son una cosa que se mueven, así com’utede, pero no hablan, sino qui’hacen ruido con la boca, y cada par suena diferente a los’otro. La boca es com’un hoyo que tienen alante de la cabeza. Ustedes no van a entender lo que dicen, pero mucho d’ello son manso, y a utede le va a gutar tai con’ello.”  El hombre le preguntó a la voz “¿Y pa qué siven esa cosa si no hablan?” “Deja eso pa depué hombre. Utede aprenderán a liriai con’ello si se llevan de lo que yo llamo Naturaleza, que e j’una de las’hija mía. Peru’eto nuej’importante par’utede ahora. Lo que l’importa a utede e que deben tener hijo, muchos’hijo. Utede van a ver a lo j’animale comu’e qu’ello hacen para tener los’hijo. Y aunque utede no entiendan a lo j’animale hablando, hagan lo mismo qu’ello, y utede van a ver que eso funciona.  Utede tienen que tener’hijo, pues par’eso lo hice y lo puse ahí en’ese mundo, que e j’el nombre d’ese sitio ese onde tan utede.”

Dios prosiguió hablándoles, “Utede van a ver que ese sitio ondi’utede tan va’tai claro por’uno momento, así como t’ahora, que utede pueden ver a lo lejo; esu’e e lo que se llama día. Pero depué se va poner ocuro, o sea tan prieto que utede no van a poder ver di’aquí allí. Cuando ta ocuro o prieto, como l’he dicho, esu’e lo que se llama noche, que e cuando utede tienen qui’acotaisi’a doimí. Yo he pueto un poder en utede que hace que cuando se acueten junto toda la noche ante de doimise, sepan lo que tienen qui’hacer pa’que un tiempo depué salga de la mujer, por’abajo, una cosita que se mueve, y que en su forma se va parecer a utede, pero mucho ma chiquita, y que lo va a poner loco a lo do de tanto grito que va a dar. Ademá de ese poder que le he dado a utede para crear gente, también le di lo que se llama intinto, lo que va’hacer que la mujer ponga la boca de la cosita gritona pegá a una de la pelotica que tiene en el pecho. Eso va ser como si le pusieran un tapón en la boca, porque se va’callar di’una ve, tan pronto empiece a tragarse el líquido blanco que sale de la pelotica, que se llama leche, y que e j’así como el bebé, que así e como depué le van a llamar comúnmente a la cosita gritona, se va a alimentar, que quiere decí comer, y crecer, hata que aisigún valle pasando el tiempo va hablar com’utede, y va’llegar a ser del tamaño de utede.” El hombre, ya bastante confundido, se dirigió hacia la nube diciendo, “Adió señoi Dió, pero vea, yo creo qui’uté va tenei que decino mucha vece tu’eso que nu’ha dicho, poiqu’eso me ta como qu’e medio enredao”. “Adió, hombre de dio”, contradijo la mujer, “po tu tará soido, poique yo l’oyí y lu’entendí clarito”.  “¡Qué va…, ya comenzó el enreo ete!”, se dijo Dios a sí mismo, mientras se arrepentía de estar contagiándose con el hablar de ellos.

“Bueno … Oquei”, intercedió el Creador, “Yo se lo voy a decí otra ve poquito a poco, y de una manera ma simple di’aquí’a mañana; porque no podemo perder tiempo en dime j’y direte. Utede tienen qu’empezar a hacer cosita gritona hoy mimo, o sea, el bebé, como le dije que se llama. Par’eso fue que yo lo puse ahí onde tan utede.” Entonces Dios les preguntó a manera de prueba: ¿”Cómo fue que yo le dije que se llamaba ese siti’onde utede tan?” La mujer saltó antes que el hombre hablara, diciendo “Mundo señoi”. De atrás de la nube se oyeron tres aplausos y Dios que decía “Te felicito mujer. Acuérdaselo a’hombre.” “¡Peru’eso lo sabía yo!” argumentó el hombre. Desde luego ninguno de los dos podían ver la sonrisa de velada ironía de Dios. “También quería decirles que coman mucha de tu’esa fruta buena que ven ahí por tua’parte, y van a ver qu’esa fruta le van a dar mucha muñeca y se van a sentir fuerte. Además, le voy a decir que ahí donde utede tan no hay serpiente ni animale cimarrone ni peligroso, como hay en los’otro sitio donde yo he hecho gente com’utede, cosa que me metió en tanto problema, que no quiero ni acordarme d’eso ahora. La mujer miró al hombre y la nube de reojo diciendo “Ajolá tu’eso sea tan fáci como la nube esa dice”. Tan pronto la mujer se expresó de esta manera, la nube se cambió repentinamente a un color gris oscuro, y se retorció por un momento, hasta que se oyó la voz enojada de Dios que decía: “Mira mujer, no te ponga difíci. Ten en cuenta que así como te hice te puedo desaparecer en un do por tre, y hacer otra mujer má j’obediente que tu.” Al escuchar esta amenaza de Dios, el hombre la miró de reojo con una sonrisa medio pícara, mientras decía por lo bajo, “¡Sigui’ahí, y tu verá!”. En esta situación medio ganchosa, la mujer no se atrevía a decir ni jí, y solo se limitó a cortarle los’ojo al hombre. La mujer le pidió perdón a la voz de la nube y bajó la mirada a manera de humildad. De la nube salió una voz más calmada y satisfecha, que decía, “Oquei mujer, ya ta bien. Bueno señore, a hacer gente si’ha dicho. Hablaré má tarde con’utede.”

Transcurrieron dos sábados (que en el futuro serían domingos) con sus semanas, y los dos humanos no habían hecho ‘ni chispa’ acerca de su mayor obligación, la de hacer seres con vida, debido principalmente a las exigencias de la mujer. Dios había estado observando sus discusiones, con frecuencia bastante acaloradas, sobre cómo acomodarse para empezar a dar origen a la multiplicación de su especie. ¡Y nada! ¡Nada! Ningún movimiento habían hecho en esa dirección.

El Creador, que antes de este incidente, durante previas creaciones, había pasado, más a modo de práctica para trasmitírselos a los humanos, por ciertos momentos de frustración, desencanto, dudas, etc., esta vez experimentó lo que más mal lo había hecho sentir siendo Dios. Aquello que ya en dos ocasiones se había adueñado de Él. Una de ellas, cuando la primera mujer, Lilita, rehusó los avances de Adán, y se vio en la necesidad de convertirla en demonio. La otra, cuando debido a los pecados del hombre, y después de una intensa discusión con el Concejo Celestial, decidió enviar el Diluvio, que eliminó todos los seres humanos, incluyendo los animales, que nada tenían que ver con los yerros del hombre. Queremos decir, que ahora se le vino una clase de ira más o menos moderada. Y la calificamos de moderada, porque no llegó hasta el punto de castigar a la mujer, sino que se limitó a la amenaza simple, dejándola a nivel de advertencia. Parte de la razón detrás de esto, se basaba en que estos humanos creados en el trópico, poseían y legarían a sus futuras generaciones un carácter más efusivo y expresivo, algo que a veces, como dirían también ellos, hacía que “se pasaran de los límites” sin darse cuenta que ofendían. Era un rasgo personal que Él, aún siendo Dios, se dijo que debía aprender a perdonar.

Como Dios no había dotado a los humanos de un período reproductivo, o estro, como había hecho con los animales, el hombre no tenía que esperar, y mantuvo su insistencia en tratar de conquistar a la mujer para llevar a cabo el mandato de Dios, referente a la reproducción. Dios les instiló a ambos el instinto de la reproducción a la vez que al hombre el de la conquista de la hembra, a lo que le adicionó el amor a esa unión. Aparte de esto, y en el caso de los humanos, el forzar a la hembra al proceso de la procreación constituiría una ofensa a su plan de crear mundos.

Finalmente, esta primera mujer, cuyo nombre era Florbella, y el hombre Donfruto, llegaron a entenderse, y de ahí a cumplir con el mandato de Dios, para que esta parte del mundo no se quedara solo con ‘do gente’, como dirían ellos, cuando en el futuro hablaran de lo que estaba ocurriendo ahora. El Creador les dio a entender que ellos estaban en una isla, que era tierra rodeada de las aguas del mar, que a la vez era como un charco inmenso, que reconocerían cuando andando por todas partes de la isla, llegaran adonde ya no había más tierra sino una ‘baisa’ de agua sin fin. También les indicó que no se preocuparan por estar rodeados de agua, porque ellos tenían suficiente tierra por mucho tiempo, y sus descendientes cuando ‘se hicieran mucho’ iban a ‘regarse’ por otras tierras, atravesando las aguas montados sobre unos troncos de árboles, de esos que ellos estaban viendo a su alrededor. El hombre, un poco medio confundido, miró a la mujer y le preguntó si ella había entendido todo lo que les había dicho el hombre ese que vivía en la nube. La mujer le contestó preguntándole, “¡Adió, y tu no taba oyendo?”. “Si, pero fue tanto lo que dijo, que dique tamo preso aquí con agua p’onde quiera, y que lo dependiente de nosotro van a crusai tu’esa agua sin fin, bollando a to lo que da pa llegai a otra tierra. ¡Pero yo no oyí qu’ei dijo qui’ habían ma gente en’esa otra tierra!” La mujer, mientras le daba la espalda al hombre le dijo “¡Qu’impoita lo que nosotro digamo! Hagamo lo’qu’ei dice y ya si’acabó. Ei sabe má que nosotro.”

Ya estaba oscureciendo, y cuando llegó el momento que ni se podían ver las palmas de las manos, se acostaron uno al lado del otro debajo de un árbol copioso, que ya habían escogido como un buen lugar para sentarse y acostarse. Se abrazaron, y por instinto se besaron por un buen rato, hasta que les llegó el momento de empezar a cumplir con el mandato de Dios.

Así empezó la Tercera Creación, en “El valle más bello que ojos humanos han visto”, de acuerdo con don Cristóbal Colón, el Gran Descubridor, cuando lo contempló desde lo alto de la Cordillera Septentrional.

Frank Morales

Derechos de autor por Francisco dePadua Morales Westchester, Illinois, USA. Julio 2016


 

 

 

 

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